Romance de aquel hijo
Mario Alvarez Quiroga
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Hubiera podido ser hermoso como un jacinto, con tus ojos, y tu boca,
Y tu piel color de trigo, pero con un corazón grande y loco como el mío,
Hubiese podido ir las tardes de los domingos, de mi mano y de la tuya,
Con su traje de marino, luciendo un ancla en el brazo y en la gorra un nombre antiguo,
hubiese salido a ti en lo dulce y en lo vivo, en lo abierto de la risa
Y en lo claro del instinto, y a mi tal vez que saliese en lo triste y en lo lírico,
Y en esa torpe manera de verlo todo distinto...
ay! que cuarto de juguetes, amor, hubiera tenido, tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino, un tren con siete estaciones, un barco, un pájaro, un nido
y cien soldados de plomo, de plata y oro vestidos.
Te acuerdas aquella tarde, bajo el verde de los pinos,
Que me dijiste que gloria cuando tengamos un hijo,
Y temblaba tu cintura como un palomo cautivo,
Y nueve lunas de sombras brillaban de tu delirio,
Tú entre sueños ya cantabas nanas de sierra y tomillo,
E ibas lavando pañales por las orillas de un río,
Yo arquitecto de ilusiones sostenía el equilibrio de una torre de esperanzas,
Con un balcón de suspiros… ay que gloria amor, que gloria cuando tengamos un hijo…
En tu cómoda de cedro, nuestro ajuar se quedó frío, entre azucena y manzanos,
Entre romero y membrillo, que pálidos los encajes, que sin gracia los vestidos,
Que sin olor los pañuelos, y que sin sangre el cariño, tu pelo blanco de novia,
Por tu olvido y por mi olvido, tú te has casado con otro, yo con otra he hecho lo mismo...
Juramentos y palabras están secos y marchitos, en un antiguo almanaque
Sin sábado ni domingos, ahora bajas al paseo rodeada de tus hijos,
Dando el brazo a la levita que se pone tu marido,
Nos saludamos de lejos, como dos desconocidos,
Tu marido baja y sube la chistera, yo me inclino,
Pero no me hago cargo de que hemos envejecido,
Porque te sigo queriendo igual o más que al principio,
Y te veo como entonces, con tu cintura de lirio,
De aquella voz que decía cuando tengamos un hijo,
Y en esas tardes de lluvia, cuando mueves los bolillos
Y yo paso por la calle con mi pena y con mi libro,
Dices con miedo entre sombras amparada en el visillo...
Ay! si yo con ese hombre hubiese tenido un hijo...
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