El Coquena

Es una deidad diaguita-calchaquí, cuya función principal es vigilar los rebaños salvajes de llamas, guanacos y vicuñas, cuidando que los cazadores no maten innecesariamente. Habita en la puna salteña y Jujeña, persiguiendo a quien mata con armas de fuego. Se dice que es un hombrecito retacón, de cara blanca y con barba. Según Edgardo Bossi es lindo, elegante, lleva un sombrero ovejón y usa ropa tejida con lana, pantalón de barracán, camisita de lienzo y un collar de víboras relumbrando, calza sus pies con ojotitas con clavos de plata. Cambia su poncho todos los años para el carnaval y lo entierra, al viejo, en donde tiene su tesoro escondido. Es el patrón de los animales del campo y de los cerros. Sólo permite que cacen por necesidad y a la vieja usanza (rodeando las tropas con hilos y trapos colorados y boleándolas). Suele premiar con monedas de oro a los pastores que cuidan bien sus rebaños, y no sobrecargan las llamas en las travesías por la montaña. Para pedirle permiso a Coquena, hay que dejarle ofrendas sobre una apacheta. Se coloca una tortilla de cocho, (mezcla de harina de maíz, con algarroba molida, azúcar o melaza) coca y un poco de chicha. De ese modo el dios protegerá al cazador, guiándolo hacia los rebaños más gordos y numerosos.

Se dice que silba entre los cerros, masca coca continuamente, y trata de ocultarse a los ojos curiosos de los humanos. Vigila los rebaños que pacen en la montaña, y cuando se ven animales sin la compañía de un pastor, la gente de la zona comenta que es Coquena quien los guía hacia los pastos tiernos. También se dice que durante la noche lleva rebaños cargados de plata y oro extraído de las minas cordilleranas hacia el Sumaj Orko de Potosí, para que sus riquezas no se agoten.

Coquena es difícil de encontrar, pero si por casualidad alguien lo ve, se lo considera como un mal presagio. La visión es sumamente fugaz, porque de inmediato se transforma en un espíritu. No es un duende temido, porque no asusta, ni hace el mal. Sólo castiga a quien utiliza armas de fuego, o mata sin necesidad.

Para Lázaro Flury, se confunde con el Llajtay, que atraviesa los cerros silbando, ocultándose de la mirada de los humanos. Este estudioso recogió una anécdota que dice que cierta vez un montañés se enteró en Tilcara que Coquena había regalado una bolsa con monedas de oro a un cazador furtivo, para que deje de matar. Inmediatamente, para provocar un encuentro con el duende, tomó su escopeta y se dirigió a las montañas, comenzando una matanza de vicuñas. Coquena, no se mostró al hombre, sino que lo castigó a vagar errabundo por los cerros, cuidando una majada imaginaria. El cazador se volvió opa.

Berta Elena Vidal de Battini recogió una versión del Llajtay en Ischilón (al este de Tucumán) donde se describe al duende que Fortuny dice se trata de la misma deidad:... petiso, fornido, de larga barba blanca, vestido como un pastor de cabras. Calza ushutas (sandalias indias) y lleva un urku de lana de alpaca o vicuña, (gorro con orejeras) en su cabeza, debajo del cual se observan ojos negros intensos. Da saltos increíbles en las laderas tocando su flauta de húmero de cóndor, alegrando toda la Puna.

El poeta salteño Juan Carlos Dávalos dedicó una poesía a Coquena en su libro Los Cantos de la Montaña. Transcribo algunas estrofas:



Cazando vicuñas anduve en el cerro.

Heridas de balas se escaparon dos.

-No caces vicuñas con armas de fuego,

Coquena se enoja, me dijo un pastor.



-¿Tú viste a Coquena? Yo nunca lo vide,

pero sí mi agüelo -repuso el pastor-;

una vez oíle silbar solamente

y en unos tolares como a la oración.



De todo ganado que pace en los cerros,

Coquena es oculto, celoso pastor.

Si ves a lo lejos moverse las tropas

Es porque invisible los arrea el dios.



Y él es quien se roba de noche las llamas

Cuando con exceso las carga el patrón.



Entiendo que esta deidad cordillerana cumple la misma función que el Pombero, y tantos otros asustadores. Creo que no se confunden las interpretaciones populares. Se trata de adaptaciones que hacen los lugareños de sus saberes recibidos vía transmisión oral, aplicando luego a sus relatos, las características de su idiosincrasia.

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